MI TEMPLO, MI CORAZÓN.
Y, el templo quedó vacío de pasionales sentimientos,
Los retablos esperaban agonizantes desde enero.
El silencio sepulcral lo ratificaba ese año con su ocho.
El segundo viernes, una formada novicia católica asomó,
Reverente con manos entreabiertas oró al Espíritu Santo,
Luz natural inundó todo el sagrario, era diciembre.
Solicitó comunión con él, exigió quedarse sin dañar,
Ella necesitaba amar para entregar su virginal cuerpo;
Su esencia era para Dios, pero su piel anhelaba el par.
Con todo su poder se manifestó Yahvé, la dividió en dos,
Una parte la hizo quedar para Él, quizás la mejor, su alma inmortal.
La otra extasió a su hombre y, cerró las puertas de aquella ilusión.
Una feligresa ganó en su integridad el templo de ese corazón.
La nave central lo atestigua, ya no permanecerá lúgubre.
Ella lo hizo su tibio templo, también será su frío sepulcro.
Nadie más, además de su pasado, ocupará aquella catedral.
Franz Alberto Merino Dávila
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