Viví paralizado durante tantos, tantísimos años.
Te amé, y ese amor fue tan inmenso, tan absoluto...
Eras mi oxígeno, mi amanecer más puro, el latido imprescindible en mi existir.
Pero me sentí— ¡oh, cómo sentí! —asfixiarme al
evocarte... al recordar esas caminatas tomados de las manos, ida y vuelta, aun en
los senderos más breves.
Gracias... gracias por tanto amor.
Nada en este vasto universo dura para siempre, ni
siquiera las galaxias.
Ahora, solo quedas en mí como el más bello y
luminoso de los recuerdos...
Necesito respirar.
¡Perdón!
¡Perdóname!
Debo seguir viviendo sin ti...
¿No sé, tú?
Franz Alberto Merino DÁvila
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