La hija de Venus.
Venga a la cama, hablemos.
Tomemos todo el coctel de esta botella.
Brindemos en esta mañana por nuestro amor.
Déjeme oírle.
Muéstreme la brillantez de su inteligencia.
Complace a mis oídos el escucharle.
Deje que mis sentimientos le admiren.
Déjeme ver su interior mágico.
Lléveme a la profundidad de su imaginación.
Sus monólogos son exquisitos, calientes,
intelectuales, humanistas, románticos,
tiernos, políticos, divinos... banales nunca,
pero sí posibles e imposibles ideales.
Déjeme escuchar su arte... ver su don.
Cuando observe mi mirada fija,
ya entré y me senté en primera clase
en la nave maravillosa de su mente viajera;
aprendo mucho... vivo mucho...
viajo mucho con usted...
sus escenas las veo nítidas
mi memoria las fotografía...
su mundo es fantástico...
no existe odio, envidia, mala voluntad ni terror...
idolatra la victoria y la gloria;
contiene riquezas con esfuerzo,
ama al talento y a las artes;
recorro Grecia, Persia y Babilonia con sus palabras...
Su genialidad flota sobre amor,
protesta y justicia social.
Empiece su monólogo ¡ya!…
anhelo un erótico… deseo despierte mi libido…
aunque siempre le ansío… ardo por usted...
Había una vez una doncella mitológica,
educada, consentida, ingenua,
protegida y amada por Venus;
y un caballero entrenado por Marte:
los dos colgaban en su pecho a Cupido.
La doncella se sintió sola aún teniendo su diosa,
así como la solitaria y gran constelación de Piscis
llena de estrellas y sin su propio sol.
Entonces, pidió a su diosa un espléndido amante.
Venus solicitó a Marte un hombre y su corazón;
pero no cualquier hombre para su hija…
debía llenar ciertos requisitos para su inmaculada;
debía ser un guerrero, un jugador intelectual,
debía poseer un gran corazón; ser un poeta y escritor;
éste eligió al mejor de los mortales: Acuario, su hijo.
Un titán enamorado de la vida y con neuronas de oro.
Un varón que aún sin tener fuerza mortal en sus músculos,
posee el poder y la fuerza de un toro de lidia en su pensar;
y decidido como un buen matador sin usar el tiro de gracia.
Marte a su vez condicionó a Venus:
debía ser, completamente pura,
para su único gladiador idealista.
El tiempo cristiano para su encuentro tomó veinte años…
para los dioses un abrir y cerrar de ojos.
Larga espera para la pisciana…
mucho tiempo para este lucero.
Cuando vio llegar a su amantísimo amante;
la purísima fue inmediatamente seducida por su consorte;
sin dudar la besó, la desnudó, la acarició y la poseyó.
¡Amor!…
¡Deténgase!… ¡Es suficiente!…
Venga, entre en mí…
Haga trabajar a todos mis sentidos.
Le amaré... ámeme, ahora, mi vida…
Deje caer su piel sobre la mía.
Deje caer su mejilla sobre la mía.
Deje caer sus labios sobre los míos.
Lleve sus manos a mis senos: apriételos.
Dé a mis labios el placer de humedecer su pasión.
Permita y permitiré, permitamos todo:
deje que su falo sea mi estocada final.
Entrégueme su sustancia vital…
luego, deje caer en mis oídos,
las gracias por calmar sus ardientes deseos…
Yo, también se las daré: ¡gracias, mi amor!
Franz Merino
Inspirado en la obra: “Infieles Anónimos. Diario de un amante: testimonio de una gran pasión”. ¡Adquiérala, ya!
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